Thursday, July 23, 2020

El Futbol y Yo

Desde que tengo memoria siempre jugué futbol. De muy pequeño con nuestros vecinos que vivían en la ultima casa de la cuadra, donde empezaba la jungla con un gran árbol de ceiba que dominaba todo el horizonte de Corredores. Antes habían vivido allí los Montes de Oca pero ya habían partido. Solo me acuerdo que uno de los pelaos se llamaba Cosme. El era buenísimo jugando. Solo jugábamos los tres. Su hermano pequeño y yo contra Cosme. Entre espinas de las dormilonas en el zacate, la humedad de la selva colindante y las purrujas que no dejaban de picarnos en las piernas.

Yo de niño nunca fui ni muy fuerte ni muy atlético. Mis pulmones sentían como que me apuñalaban cuando corría y el dolor era como un fuego en mi torax pero no podia dejar de jugar, patear la pelota y muy de vez en cuando poder anotar. La pelota era siempre algún remiendo de cuero. Esas pelotas de antaño que eran puro cuero que después de mojarse pesaban el triple y no aguantaban la humedad del trópico. Al final de la tarde perdiendo ya por interminables goles sentenciábamos que el ultimo gol ganaba. No podíamos contra Cosme y su prodigioso control de la pelota. Ademas de que nos llevaba unos cuantos años de ventaja. Aun así volvía a casa sucio, con la mano en las costillas por el dolor en los pulmones pero contento.

Unos años después ellos también partieron. Creo que su padre murió de un infarto repentino y la familia partió. Solo volví a jugar cuando viajábamos a Coto 47. Con Fabito Gamboa inventamos sentagól. Como solo éramos los dos de nuestra edad jugábamos en la parte de abajo de su casa, de esas casas bananeras sobre pilones altos de madera y cuyo espacio de abajo se aprovechaba para convertirse en sala de reunions de nuestros padres, y para nosotros salon de juegos. Sentagól consistía en que los dos nos sentábamos en lados opuestos en el piso y tratábamos de anotar goles contra el otro.

Para lo que no tenia paciencia era para ver los partidos por television. Mentía si alguien me preguntaba si había visto algún partido. Una vez Javier Segares me pregunto si había visto un partido de Saprissa, (El Equipo numero 1 de Costa Rica) y le dije que “que goles mas… profundos.” El se dio cuenta después que mas bien estaba dormido para cuando televisaron el partido. La Burla de Javier fue “Que sueño mas profundo!” Me decía.  Seguido de su risa burlona. Javier fue el primer verdadero fanático del futbol que conocí. Evenenado seguidor de Saprissa. Si su equipo perdía se lanzaba a la piscina del club de Coto 47 para que nadie lo viera llorar.

Por esos días me regalaron un uniforme de futbol. El jardinero del vecindario, o como se decía en la Compañía Bananera de Costa Rica “El yardero”, que se llamaba Miguel se apiado de mi y me empezó a entrenar. Yo lo seguía por toda la cuadra de Corredores como perrito faldero. Ayudándolo a limpiar los hojas caídas de los arboles y amontonándolas, llenando charcos infestados de mosquitos con tierra y siempre conversando sobre futbol. Miguel entrenaba un equipo de futbol infantil del cuadrante de trabajadores de la fabrica de carton de la cual Pipo, mi mi viejo, era el gerente. Miguel se apiado de mis paupérrimas abilidades y empezó a enseñarme a jugar. Los mas que podia era correr rápido en linea recta. Cuando por fin tuve las habilidades mas rudimentarias Miguel me invito que fuera con el equipo a jugar a San Vito de Java. Un viaje en bus hacia la montaña con el resto de los muchachos del cuadrante. Nunca estuve tan feliz. No llegue a jugar pero fui parte del equipo. Termine prestándoles los tacos a uno y los calcetines al otro.

Foto tomada por mi padre con su cámara polariod recién comprada. Yo con mi uniforme de futbol que me habían regalado. La pelota pronto pasaría a ser un pedazo mas de cuero semi redondo destruido por el uso y la humedad tropical. (Foto Fritz Stargardter)


Un Domingo de lluvia de esas que caen en la zona sur de Costa Rica, y mas en Corredores, me quede viendo un partido de futbol por television. Era de la liga Alemana. La Bundes Liga. Al principio pensé que seria partido aburrido y que no soportaría verlo por la tele. Era el Bayern contra el Schalke 04 narrado en español por Andres Salcedo. Sin darme cuenta me metí en el partido y lo disfrute hasta el final. Bayern gano. Desde ese momento mi equipo favorito Aleman siempre seria el Bayern. Aprendiendo nombres míticos del futbol Aleman. Sepp Maier, Franz Bekenbauer, Pierre Littbarski, todo con la voz de Andres Salcedo.

Un tiempo despues de vacaciones en Santa Marta, Colombia, donde mis abuelos, me toco escuchar mi primer mundial. Era en Argentina. Con mi primo Toño creamos todo un mundial jugado con canicas. Teníamos todos los equipos. Mi equipo era Polonia por que tenían uniforme blanco y su portero se llamaba Tomaszewski, otro Tomas igual a mi y de todas maneras Toño siempre ganaba. Jugué bola de trapo con los pelaos del barrio Jardín. Seguía siendo pésimo pero no dejaba de jugar. Durante la vacación mi madre me compro el famoso album mundialista y listo, quedo cementada mi adicción al futbol. 

Regresando a Costa Rica en la escuela Mount Adams en Golfito cai en las garras de mi buen amigo Gonzalo Gonzalez, y el se empeño a que yo fuera portero. Su entrenamiento se baso en darle patadones a la pelota mientras yo intentaba atajarla parado contra la pared de concreto de la escuela. “No hay que tenerle miedo” decía Gonzalo. Y yo pues ni modo, ponerle cara dura y pararme para ser fusilado frente al paredón.

Regresamos a Santa Marta para quedarnos en el 1979 o 1980. No recuerdo bien. Fueron tiempos difíciles para mi. Acostumbrado a disfrutar de la jungla verde y la lluvia copiosa sobre mis hombros, ahora me tocaba vivir en el árido clima de Santa Marta. De patios con grama exuberantemente verde a solares de tierra compacta que te arrancaban la piel a tirones si te barrías por una pelota. Del verde Esmeralda que brotaba de vida por donde quier al gris blanco compacto estéril de Santa Marta.

Mis padres me enrolaron en el Colegio San Luis Beltran en el grado 5A. El maestro de aula se llamaba Juancho y nunca pudo pronunciar mi apellido. De un salon mixto que tenia si acaso 10 estudiantes en Golfito, pase a uno que tenia 52 y sin conocer a nadie. Nunca fui buen estudiante pero en el San Luis si que me perdí. No entendía nada y a nadie. Lo que si entendí fue el futbol. Jugábamos en las canchas de tierra compacta que quedaban en la parte de atrás del colegio.

De repente llegaron las olimpiadas juveniles beltranistas. Juancho el professor nos organizo como equipo de futbol y escojio el nombre de Cruz Azul. Asi que el Cruz Azul fue mi primer equipo organizado. Jugué varios partidos. Deje jirones de piel sobre esa cancha aspera, pero al final terminamos derrotados. Derrotados y fuera de la olimpiada. Ahora que vivo en la Ciudad de Mexico fui al ultimo partido del Cruz Azul en el Estadio Azul antes que lo cerraran.

FInal del ultimo partido del Cruz Azul en el estadio Azul. (Foto Tomas Stargardter)


Perdi el año en el San Luis y mis sufridos viejos me enviaron al Colegio Carl C. Parish, en Barranquilla con mi hermana Sandy. Viajábamos casi todos los fines de semana. Lunes en la madrugada de Santa Marta a Barranquilla, donde nos quedábamos con una familia donde mis padres pagaban la estadía durante la semana. Y el viernes en la tarde después de la escuela de regreso a Santa Marta. Este recorrido por la autopista troncal del caribe, y el que hacíamos de Corredores a Golfito, los tengo quemados en mi memoria.

En el Parish también jugaba un poco de futbol. En Barranquilla la cancha si tenia grama, gracias a Dios. Igual eran partidos mejengueros. Hubo una competencia intercolegial, con equipos de otras partes del país. Fue la primera vez que vi a un jugador que admiraba darle un codazo en las costillas del contrincante. No uno si no varios. Como un piston su codo chocaba contra las costillas del pobre pelao del interior. Lo mas asombroso para mi no fue la evidente agresión, si no que que el arbitro que era costeño se trago el silbato y se hizo el ciego con tan flagrante falta. El Parish gano el campeonato pero para mi fue decepcionante.

Después de Santa Marta regresamos a Golfito. Verde, agua, lluvia, eso era hogar para mi. En Golfito estaban los gemelos Alvarado. Futbolistas natos. Jugamos tardes interminables en la plaza de la piscina de Golfito, y una de esas tardes bajo un agaucero tropical, después de casi quince años de vida aprendi al fin a jugar futbol. Me había desprendido de la marca de uno de los gemelos y quede frente a frente a uno de mis amigos que defendía el otro arco. Con control total de la pelota gambeteé para un lado, después para el otro, deje al defensa en el piso derrotado, y anote un gol. Mi mente y mi cuerpo por fin conectaron. Me sentí como un dios bajo la lluvia. Mi contrincante en el suelo derrotado por mi habilidad con la pelota. 

Ya no había dolor, ni frustración ni ruido. Solo era yo, el goleador bajo las gotas gordas de lluvia tropical.